Día a día utilizamos mil y un utensilios para trabajar, para relajarnos, para arreglarnos, para movernos, para sentirnos más atractivos, pero pocas veces nos paramos a pensar por qué son así o en qué momento surgieron. Todas las industrias que conocemos hoy en día nacieron en un momento de necesidad. Y lo mismo ocurre en la industria aromática y el sector de la ambientación. ¿Quién decidió que, además de realizar una evidente y necesaria higiene diaria de nuestro cuerpo, era necesario perfumarlo?

Los orígenes del perfume

Los habitantes que vivieron en la época prehistórica acostumbraban a quemar hierbas y madera para avivar el fuego, dándose cuenta de que el aroma que este desprendía era bastante agradable. Por aquel entonces todo lo que poseía un valor especial servía para homenajear a sus dioses durante las ceremonias y rituales, por lo que, a partir de ese momento, deciden homenajear a los dioses con humo -per fumum-. He aquí, el origen de la palabra ‘perfume’.

No obstante, fueron los egipcios quienes crearon los primeros perfumes artesanos para uso humano clasificando flores y hierbas en diferentes grupos según la naturaleza de sus aromas. Este proceso dio lugar a la creación de aceites y esencias balsámicas o ungüentos de resinas diluidas en vino, los más usados por aquel entonces tanto en cosmética como en medicina. Además, las mujeres egipcias acostumbraban a colgar de sus cuellos pequeños recipientes de barro con sustancias aromáticas que ejercían de amuleto de suerte en el amor y en la enfermedad.

Dato curioso: en la tumba del faraón Tutankamón se hallaron más de tres mil frascos con fragancias que, a pesar de haber permanecido enterrados por más de 30 siglos, conservan actualmente su olor.

Otra civilización destacada en la historia del perfume es la griega, siendo para ellos un don de Venus. Utilizaban una fragancia diferente para cada parte del cuerpo: menta para los brazos, mejorana para los cabellos, aceite de palma para el pecho, tomillo para las rodillas y aceite de orégano para las piernas y los pies. Sin embargo, con la llegada del cristianismo y la caída del Imperio Romano, el consumo del perfume, muy extendido entre las mujeres, cayó en desuso.

Con la aparición de la alquimia, los árabes comenzaron a experimentar con perfumes. Su descubrimiento clave fue el alcohol, que, diluido en aceites y resinas olorosas, era capaz de producir perfumes mucho más finos y potenciar sus cualidades aromáticas. La perfumería se extendió en Europa con la llegada de los árabes a España.

En Oriente, China, que ya en el siglo VI contaba con artesanos de la jardinería natural que destinaban parte de sus cosechas al prensado de pétalos para la fabricación de perfumes, fue el encargado de introducir en Japón el perfume. Sin embargo, no es hasta el año 1.200 cuando se produce el acontecimiento más significativo en la industria perfumista tal y como la conocemos actualmente. Fue en ese momento cuando el Rey Felipe II Augusto sorprendió a los perfumistas con el reconocimiento de su profesión, una concesión que fijaba los lugares de venta de perfumes y la utilidad social de estas sustancias. Tras este trascendental suceso, Francia se convirtió en la cuna del perfume.

En el Renacimiento, los avances en la química permiten la extracción del perfume mediante la destilación. Llegados al siglo XIX se consigue obtener productos aromáticos por medio de la síntesis, es decir, la reproducción de olores naturales y no naturales.

Tras este breve pero intenso repaso por los orígenes del perfume nos despedimos hasta nuestro próximo post, donde podrás leer más sobre la Aromaterapia y su vinculación con la industria que lleva su nombre.

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